Qué necesita saber
“Me he enfrentado a desafíos muy difíciles, pero puedo decir que tengo vida por delante. ¡Nunca me voy a dar por vencida!”
El testimonio de Rose
Estoy casada y tengo dos hijos. Soy enfermera titulada y trabajo en un departamento de salud local en el área de vacunas y de enfermedades contagiosas y enfermedades que se pueden prevenir con vacunas. Soy atlética, activa y disfruto el tiempo que paso al aire libre.
Vivo con Jeff, que ha sido mi marido extraordinariamente comprensivo por 23 años, y con nuestros cinco hijos. Antes de mi travesía con el cáncer de cuello uterino, corría entre cinco y 10 millas al día y era entrenadora en el equipo de campo traversa de niñas y el de atletismo de niños.
Mi travesía se inició en junio del 2009, con una puntada, como un cólico, en la parte inferior derecha del abdomen. Tenía 37 años. Aunque nunca había tenido ese síntoma (similar al dolor premenstrual), lo acepté como algo normal que pasa cuando uno se va haciendo mayor. Sin embargo, con el tiempo, el dolor se hizo más intenso, duraba más y no se podía controlar con los medicamentos de venta libre. Finalmente fui al médico quien diagnosticó una infección de las vías urinarias —la primera vez que me sucedía—, pero ciertamente no la última, porque recibí ese mismo diagnóstico varias veces en los meses siguientes.
En octubre participé en una carrera local de 5K. El año anterior había terminado en tercer lugar, pero ese año no llegué a estar ni cerca de clasificar. A duras penas llegué a la meta. Eso no es lo que se espera de una persona que corre desde que tiene 12 años y que había estado corriendo más de 60 millas a la semana para entrenar. Fue entonces que supe que algo no estaba bien. Decidí ver a mi médico de medicina deportiva porque noté que rengueaba cuando corría y que tuve un poco de dolor de espalda durante la carrera. A continuación seguí un tratamiento de terapia física y descanso, pero las cosas no mejoraron.
Una noche, en la intimidad con mi marido, me sobrevino un dolor muy intenso y comencé a sangrar tanto que tuve que ir a la sala de emergencia. El doctor me hizo un examen pélvico. Me dijo que debía ver a mi ginecólogo lo más pronto posible. Ahora sí que estaba preocupada. ¿Cuál era el problema?
Desde ese momento, todo fue como un torbellino, con una complicación y un diagnóstico tras otro. Para ayudarme con el dolor de espalda y la artritis, yo hacía una rutina diaria de ejercicios de estiramiento. Una mañana cuando me estaba estirando sentí y escuché un fuerte chasquido. En cuanto sucedió, sentí una sensación extraña de hormigueo que me recorrió desde la parte superior de la columna hasta los dedos de los pies, ¡y el dolor desapareció! Pero no podía mover, flexionar ni levantar la pierna. Resulta que me había roto tres vértebras y programaron una operación de inmediato. Si bien la situación era atemorizante, la operación ofrecía la esperanza de que quizás pudiera volver a mi vida normal, sin el dolor constante de espalda. Lamentablemente, tuvieron que posponer la operación debido a otras complicaciones médicas graves. Sufrí una convulsión tonicoclónica generalizada, estuve en coma y tuve SARM. [Nota del editor: El staphylococcus aureus resistente a la meticilina (SARM) es una bacteria resistente a muchos antibióticos. La mayoría de las infecciones causan infecciones de la piel, pero el SARM puede causar infecciones mortales en el torrente sanguíneo, neumonía e infecciones del sitio quirúrgico.]
En agosto del 2010, cuando estaba en el hospital finalmente para la operación de espalda, un urólogo me descubrió una masa sólida bastante grande, de aproximadamente 6 a 8 cm. No estaba seguro si la masa estaba en el cuello uterino o en un ovario. Luego tuve otra convulsión tonicoclónica generalizada y me ingresaron en la unidad de cuidados intensivos. Allí fue donde descubrieron que tenía cáncer de cuello uterino, en estadio 4, inoperable y terminal. El doctor dijo que, si tenía suerte, probablemente tendría unos seis meses de vida, y que deberían hacerse los arreglos necesarios para mantenerme lo más cómoda posible, por el mayor tiempo posible.
Pero mi marido y yo decidimos tratar la enfermedad. Lo primero que me hicieron cuando llegué al hospital del cáncer fue una cirugía exploratoria para evaluar mi estado y extirpar 28 ganglios linfáticos para estudiarlos y detectar si tenían cáncer. Afortunadamente no había cáncer en los ganglios linfáticos. Sin embargo, el cáncer había invadido la vejiga, el colon y la vagina. Estaba afectando el funcionamiento de mis riñones. Esa fue la primera vez que me colocaron endoprótesis y tubos de nefrostomía en el riñón derecho. Fue necesario hacerlo, si había alguna esperanza de que pudiera someterme a quimioterapia y radiación. [Nota del editor: los tubos de nefrostomía son pequeños tubos de caucho o sondas flexibles que se colocan a través de la piel, dentro del riñón, para drenar la orina.]
Tuve cinco sesiones de quimioterapia semanales en combinación con 30 sesiones diarias de radioterapia y, a continuación, cinco tratamientos de braquiterapia. [Nota del editor: la braquiterapia es un tipo de radioterapia en la que el material radioactivo se coloca directamente dentro o cerca del tumor. Recibe también los nombres de radioterapia con implante, radioterapia interna y braquiterapia con radiación.]
Sería maravilloso poder decir que todo salió de acuerdo con lo planeado, ¿pero es que alguna vez sucede así? Tuve varias complicaciones y algunas fueron muy graves y potencialmente mortales. Perdí una tremenda cantidad de peso y no podía hacer nada sin ayuda. Pero el 7 de diciembre del 2010, un año y medio después de que tuve mi primer síntoma, terminé el tratamiento. O eso fue lo que pensé.
En mi primera cita de seguimiento descubrieron algo sospechoso y resultó ser que todavía había cáncer presente. A estas alturas, había una sola opción que mi médico pensó que me daría alguna oportunidad de cura, y era una operación mayor que se conoce como exenteración pélvica total (se extirpan todos los órganos reproductivos, se extirpa y reconstruye la vejiga y una porción significativa del intestino grueso y la pared vaginal). La cirugía duró 16 horas y media, pero la declararon un éxito.
Soy obstinada, no me dejo vencer y tengo la determinación de vivir mi vida... no mi enfermedad. Me he enfrentado a desafíos muy difíciles, pero puedo decir que tengo vida por delante. ¡Nunca me voy a dar por vencida!
Sé que lo que he recibido es un regalo. Mi plan es aprovechar al máximo cada oportunidad que se me presenta. Estoy haciendo lo posible por ayudar a otras personas a evitar la misma travesía e informar a las mujeres que ellas también pueden superar el cáncer de cuello uterino y salir victoriosas, de la misma manera que lo hice yo. Al menos ese es mi deseo.
He adoptado la misión de atraer atención al tema del cáncer de cuello uterino y el VPH (virus del papiloma humano), la causa principal de todos los casos de cáncer de cuello uterino. Una de las maneras en que hago esto es dirigir una subdivisión local de la Coalición Nacional del Cáncer de Cuello Uterino.
Trabajo como voluntaria en otras organizaciones, como mentora de mujeres que están afrontando el cáncer de cuello uterino. Ayudé a iniciar un grupo de apoyo en línea con otras dos mujeres maravillosas. La cantidad de miembros ha llegado a más de 50 000. Lo que más me afecta es el estigma y la vergüenza que muchas veces expresan y sienten estas mujeres a causa de esta enfermedad, y su asociación a una infección de transmisión sexual. Y esa es otra razón por la que informo a las personas sobre el VPH y el cáncer de cuello uterino. Estas mujeres tienen una tremenda fuerza, valentía y voluntad para perseverar. Es por cada una de ellas que continuaré mi lucha y ayudaré a que todos logremos comprender mejor a esta enfermedad. Si puedo hacer eso, entonces tendré la certeza de que todo lo que he pasado, y todo lo que todavía me falte pasar, ha valido la pena. Mi más sincero deseo es ayudar de alguna manera por compartir mi historia.